Amas de cria

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El trabajo de investigación que hemos realizado esta dedicado a las mas de doscientas mujeres que marcharon valientes y decidas en busca de nuevos horizontes, para mejorar las condiciones socioeconómicas de su familia.

Con gran fuerza de voluntad sólo quisieron sacar de la miseria a los suyos. Leales, trabajadoras y honradas pasearon por diferentes puntos de la geografía española. Estos y otros valores son algunas de las convicciones que legaron a sus sucesores.

Frente a las duras críticas que recibieron por parte de un sector de la sociedad del momento, volvieron con la cabeza alta y una gran mejora económica para su familia.

Su marcha en busca de un sueldo para poder sobrevivir anticipó el modelo de la mujer trabajadora actual. Las jóvenes pasiegas fueron en otros tiempos prestigiosas amas de cría, las amas preferidas de las familias reales de lo cual se conservan documentos en el Archivo del Palacio Real de Madrid a partir de Fernando VII. Las características que hicieron a las mujeres pasiegas las más cotizadas como nodrizas de príncipes y grandes de España fueron su forma física, fortaleza y sus sanas costumbres y excelente reputación.

La selección de nodriza era un asunto de máxima importancia. Como menciona el Doctor M. Izquierdo Hernández, “Todas las comunicaciones sobre este asunto, tan complicado en los anales palatinos, aparecen escritas en papel con corona real y el siguiente membrete: “Comisión de la Real Casa para elegir nodriza al futuro regio vástago”.

Estas son las condiciones requeridas por el Dr. Esteban Sánchez Ocaña cuando buscaba al ama de cría para Alfonso XIII:                                                                                                 

  1. De diecinueve a veintiséis años de edad.
  2. Complexión robusta y Buena conducta moral.
  3. Estar criando el Segundo o tercer hijo; es decir que habrá tenido otro u otros dos partos.
  4. Leche, lo más de noventa días.
  5. No haber criado hijos ajenos.
  6. Estar vacunada.
  7. Ni ella ni su marido, ni familiares de ambos, habrán padecido enfermedades de la piel.
  8. Será circunstancia preferente que la ocupación de su marido sea la del cultivo del campo

Según G. Adriano García-Lomas en su libro “Los pasiegos”, “De esta forma fueron adquiriendo mayoría las montañesas y especialmente las amas de los valles pasiegos elegidas como el cogollo para tan importante actividad, hasta la derrocación de la Monarquía.

El doctor D. Manuel Martínez-Conde Ruiz, natural de San Pedro del Romeral, fue en su época el encargado de buscar amas de cría a la Casa Real y por indicación del Conde de San Diego fueron elegidas por el doctor D. Andreés Diego de la Quintana, de Villacarriedo, dos amas pasiegas para lactar al ultimo Príncipe de Asturias; una era morena y la otra rubia, y ambas de extraordinarias condiciones para tal menester. La reina doña Maria Cristina decidió la elección a favor de la morena, natural de Pisueña.

Entre las que alcanzaron el galardón de criar a miembros de la familia Real figuran en más porcentaje las montañesas, superando proporcionalmente a éstas las oriundas de los valles pasiegos. Las nodrizas montañesas de personas reales o designadas al efecto, fueron muy numerosas.

Son de notar en las fotografías y ceremonias de la familia Real Española la presencia de las nodrizas en lugar destacado. Hay varios grupos de aquélla donde solo aparecen como único elemento no familiar.

De las innumerables amas de cría destacamos las siguientes, la mayoría trabajaron en la Corte, alimentando a futuros monarcas:

  • FRANCISCA RAMÓN GONZÁLEZ: natural de Peñacastillo. Ama de cría de la Infanta Isabel, hija de Fernando VII y Mª Cristina de Borbón. Fue reina como Isabel II a la muerte de su padre tras abolir la Ley Sálica.
  • FRANCISCA GUADALUPE PORRAS: natural de Entrambasmestas. Ama de cría de la Infanta Isabel, hija de Isabel II y Francisco de Asís, nacida el 20 de diciembre de 1851, y que ha pasado a la historia con el nombre de “La Chata”.
  • MARÍA PELAYO: natural de Tezanos. Ama de cría de la anterior infanta. Hija de Isabel II.
  • MARÍA GÓMEZ: natural de Vega de Pas. Ama de cría del príncipe Alfonso, cuarto hijo de Isabel II y Francisco de Asís, nacido el 28 de noviembre de 1857. Reinó como Alfonso XII.
  • MANUELA COBO: natural de San Roque de Riomiera: Fue ama de la Infanta Mª de la Paz Juana, séptima hija de Isabel II y Francisco de Asís, nacida el 23 de junio de 1862.
  • MÁXIMINA PEDRAJA: natural de Heras. Lo fue de Alfonso, hijo póstumo de Alfonso XII y de Mª Cristina de Habsburgo y Lorena. Nacido el 17 de mayo de 1886, sería Alfonso XIII.
  • CONSTANTINA CAÑIZO y CAÑIZO: natural de Miera. Ama de cría del infante don Juan, quinto hijo de Alfonso XIII y Victoria Eugenia de Battenberg, nacido en 1913, Conde de Barcelona y padre del Rey don Juan Carlos I.
  • JOAQUINA GUTIERREZ CARRAL: Natural de Selaya. Nodriza del Infante don Luis Alfonso de Baviera y Borbón.
  • VICTORIA ARROYO GÓMEZ: Natural de Sierra (Selaya). 1905. Nodriza en Barcelona. Casa de los Señores Condes de Godó.
  • ROSALÍA SAINZ: natural de Pisueña. Ama de cría del Príncipe de Asturias, hijo de Alfonso XIII.
  • MARIA SIERRA BENEGAS: natural de Totero. Ama cría del infante don Jaime de Borbón y Battenberg.
  • SINFOROSA GÓMEZ: Natural de Miera, ama de la Infanta doña Mª Teresa, hermana de Alfonso XIII.

Mucha de la información aquí expuesta esta obtenida de uno de los libros de  Gustavo Cotera, un hombre que se ha dedicado a la investigación y a recuperar las tradiciones de Cantabria:

Hubo antaño un dicho repetido hasta la saciedad: “El parir embellece y el criar envejece”, y bien por moda, bien por no estropearse, bien por faltarles la leche, fue habitual que las madres burguesas y aristocráticas contratasen un ama fresca que diera de mamar al hijo que ellas habían alumbrado. La figura de la nodriza ocupó así un espacio singular dentro de las clases altas, y ello desde tiempo inmemorial, pues ya en 1263 dictaba Alfonso X el Sabio en sus celebres Partidas:

“…deben aver tales amas que ayan leche asaz, e sean bien acostumbradas, e sanas, e fermosas, e de buen linaje, e de buenas costumbres, e señaladamente que non sean muy sañudas…”

Rodando los siglos, la opinión general quiso ver en Cantabria el mejor plantel de nodrizas sanas, fermosas y non sañudas, tal como las aconsejaba el Rey  Sabio. Al menos desde la segunda mitad del XVIII eran nombradas las pasiegas, quienes, con el cuévano a la espalda y rebosante el justillo, arribaban a la corte dispuestas a amamantar vástagos ajenos. Cual ellas impulsadas por la necesidad y el señuelo de sentar plaza en casa de algún Grande de España, acudían con el mismo fin, castellanas, manchegas…, campesinas de los lugares más remotos. Pero el juicio unánime dio en preferir a las del cuévano sobre todas, al punto que las aldeanas de otras regiones se hacían pasar por pasiegas, imitando su traje y sus maneras. Las montañesas empleaban también dicha estratagema, según cuenta en 1839 Gil y Carrasco al describir el Valle del Pas:

“Las costumbres del país son bastante puras y sencillas, sin que te sirva de regla el sinfín de nodrizas que hay en Madrid con el nombre de “pasiegas”; porque las verdaderamente tales son pocas y casadas en general, y las demás son de las tierras circunvecinas, que se apellidan pasiegas para mayor abono de su salubridad y robustez.”

A tal extremo llegó a identificarse la procedencia de estas mujeres con su oficio, que el Diccionario todavía define la palabra pasiega como ama de cría, equiparación que habla por sí sola. De ahí que igualmente, que el vestido de la chataruza, más o menos enriquecido, pasase a constituir el “uniforme” profesional de la nodriza española, caso único donde un atavío localista se adopta por el resto de las provincias.

Las referencias a las amas pasiegas son una constante en la sociedad decimonónica; los artículos y estampas acerca de ellas podrían llenar un volumen, y son muchos los viajeros de otras latitudes que pasman ante sus rozagantes figuras; verbigracia, el autor de cierto curioso librito titulado Paseo por Madrid en 1835, anota:

“De las personas que más rara impresión causan por su vestido y movimientos, son las pasiegas. Dase este nombre a las naturales de Pas, en las inmediaciones de Santander, que sirven el la corte de amas de leche o crianderas, siendo preferidas por su robustez, buena salud, genio pacifico y cariñoso. El vestido que usan es original: traje de color oscuro y en vez de monillo o corpiño, una chaquetita algo abierta por delante; cinturón de cuatro dedos de ancho, con lazo detrás y las puntas sueltas, hasta tocar las corvas. Algunas llevan pañuelo pintado en la cabeza otras lucen su buena peineta, o peine de concha, como allí le llaman o sus trenzas de pelo sobre la espalda; zapatos de becerro negro con orejas y algunas llevaban delantal, pero no es lo común. Todas las amas de cría se visten como pasiegas, aunque no lo sean, y las señoras tienen como lujo el que las acompañe una de ellas.  Por esto se las ve en el Prado, en el teatro en la iglesia, en las vistas, en el vidrio del coche, en el café , en la Plaza de Oriente – las noches de verano- y en todas partes.

Sorprende que el texto diga que no llevaban delantal, cuando en los grabados de la época aparecen con él, y bien grande; en otro orden de cosas, subrayo esa alusión a los especialísimos andares de la pasiega.

Hacia 1840, Teofilo Gautier pondera en su obra Viaje por España:

“Las pasiegas de Santander, con su traje nacional, son consideradas como las mejores nodrizas de España, y el cariño que profesan a los niños es proverbial; llevan una saya de paño rojo de grandes pliegues, orillada de galón ancho; un jubón de terciopelo negro, galoneado igualmente de oro, y a la cabeza un pañuelo de colorines, todo ello acompañado de alhajas de plata y otras coqueterías salvajes. Resultan unas hembras muy guapas, y tienen un aire de fuerza y de grandeza muy chocante.”

Otro francés, Emile Beguin, nos deja en 1852 una pintura más cáustica:

“Os he hecho conocer a los maragatos; los pasiegos son mas honrados, pues ellos no roban más que el dinero del Estado, pero su encuentro en la carretera, al oscurecer, no se antoja demasiado divertido. Montañeses de las vertientes de Santander, los pasiegos desde hace ya siglos, monopolizan la lactancia de razas aristocráticas, incluso hasta las castas principescas, pues la reina actual posee como nodriza una pasiega. Mujeres fecundas, que a vuestros maridos enfurruñáis nueve meses cada año: si queréis vivir felices, al abrigo de todo reproche, y parecer honestas, tierna y gentilmente animosas, haceos pasar por pasiegas. Del producto de vuestros pechos alimentaréis a la familia; y cada vez que os llegue el momento de buscar un lactante, haréis contrabando productivo.  Jamás un aduanero se mostrara tan indiscreto como pare registrar el cuévano de una pasiega; el adivina el niño, y lo deja pasar con su ajuar, compuesto de mercancías inglesas, quincalleria  y tabaco.”

Un viajero alemán, anónimo, traza por las mismas fechas una cautivadora semblanza del El Prado madrileño, al que compara ventajosamente con el Hyde Park de Londres, los Campos Elíseos de París o el Prater de Viena: bajo la tarde clara, entre risas, pregones, aromas de rosas y alhelíes , variedad de modas y uniformes y briosos tiros de corceles, destacan las trenzudas amas de cria:

“Multitud de graciosos chiquitines y de nodrizas pasiegas, ellos envueltos en capas blanquísimas y ellas con pañuelos de colores chillones en la cabeza y trenzas hasta los pies, vestidas de colores vivos, con zagalejos orlados de terciopelo negro, oro y plata, contribuían a animar la escena”.

Como dijimos, los escritores nacionales no pasan por alto estas “escuadrillas lácteas” que, en sucesivas oleadas, toman la Corte:

“ Con pan y vino se anda el camino”, dice un vulgar adagio español,  y ese adagio le cumplen las pasiegas en su viaje a Madrid, teniéndose por muy dichosa la que puede agregar a estos alimentos alguna otra sustancia nutritiva, que ni su erario, ni el surtido de las posadas en la carretera permiten que sea muy selecta. Con esto y un semivestido y un semicalzado, que apenas logra al fin del viaje conservar el semi, andando de día a pie, y durmiendo de noche sobre el duro suelo, hacen estas infelices su expedición. Pero todo lo resiste su sanidad, su robustez y naturaleza fuerte, y llegan a Madrid tan coloradas y frescachonas como si ningún trabajo, como si ninguna privación hubiera pasado. El sol del estío la curte, pero no las enerva; las aguas del otoño las curte, pero no las enerva; las aguas del otoño las empapan, pero no las romadizan; los fríos del invierno las contraen, pero no les dan pulmonías. ¡Adoremos la divina providencia en las pasiegas! La que trae su “acomodo” buscando ya de antemano, se encamina derecha a la casa donde ha de ejercer su segunda maternidad. Las que vienen a la ventura y a arrostrar las contingencias de su especulación incierta, se dirigen a Santa Cruz. Allí esperan a que la casualidad o la providencia su amiga les depare y proporcione donde emplear ventajosamente el capital “liquido” de su empresa. Las madres pobres que han tenido la desgracia de ver sacárseles los órganos de lactación acuden allí con sus niños, e implorando la caridad de las pasiegas, las cuales nada ganan tampoco con tener su capital estancado y sin circulación, los van alimentado gratis, pasándolos sucesivamente ya al pecho de una, ya al de la otra, y aquellos hijos de cincuenta madres salen adelante y viven. El alimento de estas infelices muere durante su exposición en el mercado de Santa Cruz, no es más reglado ni más abundante que el que tuvieron el camino… La moda del siglo y las costumbres de la Corte, no tardarán en proporcionarles un cambio ventajoso en su posición. Pronto pasará la una a casa del rico capitalista, la otra a la del empleado de categoría, otra al palacio del Grande de España de primera clase. Allí encontrará el ama de cría una mesa opípara y delicada… ricos vestidos con brillantes cintas de plata y oro y lazos y perendengues… suntuosos salones y gabinetes asiáticos… se acostará sobre tres colchones de lana o pluma… se paseará en coche, amén del sueldo metálico en que justipreciado el valor de la maternidad postiza”.

Así como las montañesas que bajaban hasta Granada se reunían en la plaza de la catedral de aquella ciudad, conocida familiarmente por la Plaza de las Pasiegas, las que se detenían en la Corte se encaminaban a la de Santa Cruz, cual acabamos de leer y como sanciona el Teatro Social de 1846:

“Hay en la plaza de Santa Cruz, de Madrid un mercado diario de carne humana, cuya influencia en las costumbres no ha pesado todavía. Los que pasan, miran, ven un grupo de pasiegas sentadas en el suelo, o en las piedras que forman el borde de un portal, las unas con un niño de pecho, las otras sin él, y sin fijar más ni su atención, ni su pensamiento, prosiguen su camino. ¿Qué hacen aquí estas pobres y robustas montañesas, las unas comiendo un mendrugo de pan y las otras indicando en su semblante que no les desagradaría comerle?¿Qué hacen? Esperar pacientemente a que una madre pobre y desventurada, o que alguno en nombre de otra madre rica y regalona se acerquen a contratarlas para que, por tanto más cuanto, den a su hijo el alimento que llevan en sus pechos.(…) Estas normandas españolas, estas bretonas de las montañas de Santander, tan luego como se hacen madres en su país, abandonas las verdes praderas, los risueños valles, los quebrados cerros y humildes cabañas de suelo natal, y dejando a sus hijos encomendados a una nodriza, aspirando a serlo ellas mismas en mas aristocrática escala, emprenden con varonil resolución el camino de la Corte, bien solas y  en clase de agregadas embajadas de una galera o de un carromato, o bien reunidas varias de ellas en caravana. Lo primero que procuran es proveerse de un perrito recién nacido, que durante la expedición y hasta hallar, como ellas dicen, “acomodo”, haga las veces de párvulo, y aplicándolo al peche le conserve y mantenga el jugo nutricio, objeto de su especulación. ¡Quien sabe si llegando a la Corte ascenderá a hermano de leche de un título de Castilla”

A propósito, Teofilo Gautier había escrito poco antes:

“En la sala en que comíamos, una mujer corpulenta, de aspecto de Cibeles, se paseaba de largo llevando bajo el brazo un cestillo oblongo cubierto con una tela, y del cual salían unos débiles lamentos aflautados, muy semejantes a los de un niño pequeño. Aquello me intrigaba mucho, porque la cesta era tan pequeña que solo podía contener un niño microscópico, un liliputiense propio para exhibirse en una feria. El enigma tardó poco en explicarse: la nodriza –puesto que era aquella mujer- sacó del cesto un perrillo canelo, se sentó en un rincón y dio gravemente el pecho a este mamoncillo de un nuevo género. Era una pasiega que se dirigía a Madrid y se valía de aquel medio para no quedarse sin leche”.

Ignoro con que exactitud afirma Emile Beguin, en 1852, que mujeres de la pasiegueria “desde hace siglos, monopolizan la lactancia de las razas aristocráticas”; concretamente, en Palacio no había sido así, pues hasta el primer tercio del XIX la Monarquía buscó sus amas por otras provincias, sobre todo en Burgos. Fue en 1830 que Fernando VII, rompiendo la tradición, ordena de su puño y letra que se traigan nodrizas de Cantabria, sin duda influido por la arrolladora fama que gozaban.

A partir de esa fecha, desde Reinosa a la mar, ocurría con frecuencia por nuestros valles algo que solo se daba en los cuento de hadas: un día cualquiera, la Joven madre montuna –avezada a hollar el barro descalza y a atropar la herba en probisimo refajo- veía llegar a unos graves señores a caballo, que andaban buscando a una recién paridad para llevársela a los palacios del rey, donde daría de mamar al principito; entre un nutrido corro de candidatas, y tras superar infinitas y escrupulosas pruebas, ella al fin sería elegida junto con dos o tres “las mas excelentes en todos los conceptos, así de presencia y condiciones físicas, como de antecedentes y prendas de carácter”. Abrazadas a sus respectivos pequeños, partían en carruaje hacia Madrid bajo exquisita escolta. Atrás quedaban, con lágrimas de expectación y dicha, la familia, la casa, los seles donde sesteaba su ganado:

“Espérame, cabaña guapa,

que a criar me voy ahora;

que nus vulvamus a ver

li pidu a Nuestra Señora”

Luego de recorrer las llanuras inmensas de Castilla, y al descender del coche a pie de Palacio, ¡Que inefables sensaciones no agolparían en el alma de aquellas brañeras ante tamaña grandiosidad…! Después, bien aseadas y vestidas atravesando la magnificencia de los salones y palatinos, el simpático grupo de aldeanotas, pasmadas y relucientes, era presentado a los Reyes, quienes hacían la elección definitiva: la mas afortunada daría de mamar al Infante, pasando el resto como nodrizas de retén al dorado encierro de La Pajera, un palacete en los jardines del Buen Retiro. Sobre el particular comentaba la condesa de Pardo Bazán:

“De Pas salía la mujerona, recia y bien plantada como la diosa Cibeles, destinada a transfundir en las venas de los regios vástagos una sangre pura, apacible, jugosa, nunca alterada por los cuidados y las cavilaciones que el alto puesto lleva consigo. Su montesina figura, sus carrillos de albérchigo, hacían sonreír de gozo a las pálidas reinas recién paridas y exangües…Nuestra gran Monarquía, como edificio sobre toscas cariátides, descansaba sobre senos de pasiegas.”

Tanto el ama principal como a las de repuesto se las vestía cual odaliscas, aunque respetando el peculiar patrón de su atavío pueblerino; por docenas llegaban las camisas de Holanda, los pañuelos joyantes, los hilos de coral, los botones de plata…; dispondría cada una de dos trajes de diario, dos de media gala y dos de gala, en su doble versión de verano e invierno; para ellas los mejores paños de las Reales Fábricas, los galones más rutilantes, los matices con nombres más bonitos: rosa hermoso, color punzó(amapola), morado fino, color de caña, color de hortensia, color azul de Cristina, color rosa de Francia…

Al natural goce de contemplarse tan alhajadas, las montañesas añadirían la honrilla de ver cómo el vestido de su país, notablemente enriquecido, era admirado por toda la Corte. Incluso el arreo cotidiano destacaba por su vistosidad; así , para el ama de repuesto Josefa Falcones, natural de Torrelavega, se encarga con fecha 21 de octubre de 1830 este traje de diario: “un zagalejo de terciopelo verde guarnecido de terciopelo color de punzó, un delantal de paño negro guarnecido de terciopelo color punzó, una chaqueta de paño negro guarnecida de terciopelo color punzó con botones de plata sobredorada, un corpiño de terciopelo color punzó, un peto de terciopelo color verde pistacho, lazos de cinta de raso color punzó”, etc. Si tal era la ropa de “trapillo”, cabe imaginar cómo sería la de gran gala y aparato, dando caba idea de la misma los retratos de Manuela Cobo, de San Roque de Riomiera , y de María Gómez de Vega de Pas. Intrigan en la sanrocana las arlequinadas presendas que luce, con lo que parecen sobrepuestos recortados en forma de flor de lis… ¿reprodujeron las costureras de Palacio “borbónicamente” algo que origen fueron popularismos picaos, al estilo de los que perdurarían en los delantales del cuévano niñero…? Es muy probable.

De reyes abajo, todos tenían en palmitas al alma, no fuera a disgustarse y se le alterarse la leche; con espanto recordarían la historia de aquel pobre príncipe, hijo de Carlos III, que enloqueció – afirmaban- por mamar tras acalorada riña que su nodriza sostuvo. Así pues, había evitar la mínima contrariedad a estas amazonas, que, hasta hacía poco, saltaban precipicios a medianoche con tres arrobas de tabaco a la espalda. Muchas anécdotas podrían ilustrar la deferencia absoluta para con ellas; por ejemplo, cuando en medio de un tumulto sonaron disparos junto a las estancias regias, la propia soberana corrió a cerrar el ventanal, exclamando angustiada: “¡Que no se entere el ama!”. También se sabe de más de un simpático desplante al Protocolo, la pasiega negándose en redondo a presentar al principito a tal o cual Embajador, porque el su niñin acababa de quedarse dormido. ¡Y habría que ver con qué mimo vehemente arrucaría al heredero del Trono, al son de las tonadas de la braña!

“Dormiti, niñu

Que vieni el Draqui

Y a lus nenis despiertus

Lus lleva a escapi…

Dormi, dormi

Pucherín de nata,

Dormi, dormi,

Dormilín de plata…”

Imágenes Diario Vasco y ADIC

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