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ACNUR/UNHCR es la Agencia de la ONU para los Refugiados -ACNUR- y el Museo Nacional de Antropología, han inaugurado hoy la exposición fotográfica “MUJER, todos somos una”, que permanecerá abierta al público en el museo hasta el 19 de enero de 2014.

A través de 37 retratos, el reportero gráfico Francisco Magallón, ha tratado de poner rostro a la realidad de miles de mujeres de distintas partes del mundo que diariamente se enfrentan a diferentes situaciones de discriminación, desigualdad, exclusión, violencia o persecución en el arduo camino por sobrevivir.

“Cuando el fotógrafo nos mostró las imágenes de mujeres que había retratado en distintos países y las historias que había detrás de esos rostros, enseguida pensamos en la necesidad de contarlo y hacer algo juntos”, comentó Maricela Daniel, representante de ACNUR en España, durante la rueda de prensa de presentación.

De los más de 45 millones de personas refugiadas y desplazadas en el mundo, el 80% son mujeres y niños. Miles de ellas sufren a diario persecución por motivos de género que pueden revestir distintas formas como: el matrimonio forzoso, los crímenes de honor, la mutilación genital, la trata con fines de explotación, la violencia y esclavitud sexual como arma de guerra, la violencia doméstica, la violencia por orientación o identidad sexual, entre otras.

ACNUR aboga por el reconocimiento como refugiadas de las mujeres y niñas que han sufrido o tienen un fundado temor de persecución por estos motivos y que necesitan protección internacional.

A la presentación de la exposición acudió también Esma Kucukalic, periodista y ex refugiada de Bosnia y una de las mujeres protagonistas de esta exposición. Kucukalic destacó cómo en situaciones de conflicto se producen todo tipo de violaciones y las mujeres se convierten en un colectivo especialmente vulnerable. “En mi país la violencia sexual se utilizó de forma sistemática como arma de guerra y con el objetivo de humillar y llevar a cabo una `limpieza étnica’”, explicaba esta antigua refugiada que llegó a España en 1992 con su madre y su hermana, huyendo de una guerra que provocó en la región de los Balcanes el desplazamiento forzoso de más de dos millones de personas. Es precisamente a raíz del conflicto en la ex Yugoslavia cuando el Tribunal Penal Internacional reconoce la violación como un crimen de lesa humanidad junto con otros delitos como la tortura o el exterminio. Lamentablemente, estas mismas atrocidades se cometerían en Ruanda dos años después.

Por su parte, el reportero gráfico Francisco Magallón, que desde 1983 ha viajado por distintos países en conflicto y ha colaborado con ACNUR y con varias ONG en actividades de sensibilización, quiso destacar que el título de la exposición, Mujer, todos somos una, apela a la responsabilidad que tenemos todos -hombres y mujeres- de cambiar la predominante visión androcéntrica, que conlleva la invisibilidad de las mujeres, la negación de sus derechos y la ocultación de sus aportaciones, siendo ellas el pilar y el motor de sus familias y comunidades. “Cuando veo los retratos de estas mujeres colgados en la pared, siento la satisfacción de la promesa cumplida”, dijo Magallón visiblemente contento de poder dar de esta forma voz a cientos de mujeres y de historias que con su cámara ha captado a lo largo de su vida.

Acogiendo esta exposición temporal, el Museo Nacional de Antropología da un paso más en su compromiso por ofrecer un espacio de encuentro y participación donde se muestra el valor de la diversidad cultural como medio para promover el respeto y la tolerancia hacia otras culturas. Las imágenes de “MUJER, todos somos una”, permanecerán expuestas al público hasta el 19 de enero de 2014.

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Esma Kucukalic es periodista y presentadora de un programa de televisión de actualidad internacional. Todo parece normal salvo por un detalle no muy común en España: presenta con un velo cubriendo su cabeza.

Esta joven bosnia es musulmana y su historia representa un ejemplo de superación en todos los sentidos. Con sólo 10 años tuvo que abandonar su Bosnia natal huyendo de la guerra que azotaba la antigua Yugoslavia. Junto a su madre y su hermana, Esma consiguió el asilo en España donde, asegura, nunca ha tenido ningún problema relacionado con su credo ni su cultura.

“Vinimos a España para diez días, pero ya han pasado 30 años y aún sigo aquí”, relata. Después de crecer y formarse en Valencia, se trasladó a Madrid, donde trabaja para el canal islámico Córdoba Internacional TV. “Siempre digo que la protagonista ha sido mi madre. Ha sabido camuflar el miedo a lo desconocido, nos ha transmitido la tranquilidad de un hogar y permitido ser lo que en Bosnia queríamos ser: mi hermana artista y yo periodista”, asegura.

“Mi madre nos ha permitido ser lo que mi hermana y yo queríamos ser: ella, artista; yo, periodista”

No podría presentar con el velo puesto en otra cadena española, aunque eso no le importa mucho. “Cuando hacemos un debate de televisión, de repente se diluye el pañuelo, deja de ser un elemento visible y cobra atención la persona, el periodista o el tema que se está tratando”, explica. “Es sólo una indumentaria, una parte espiritual de mi vida, algo que llevo intrínsecamente dentro”, dice. “Si a alguien le ha resultado molesto que vaya por la calle con el velo, nunca me lo ha manifestado, no tengo constancia”, afirma.

Mujer, presentadora y con un puesto de responsabilidad no son elementos muy comunes en la sociedad islámica, en la que el hombre centra toda la importancia. Sin embargo, ella ha roto todas las barreras que a priori podían interponerse entre su cultura y su realización personal. “El Islam nunca ha supuesto una barrera en mi día a día. De hecho, creo que el estar en un puesto visible presentando un programa de televisión, que no tiene nada que ver con el hecho islámico, me ha permitido demostrarme a mí misma que el Islam no tiene por qué ser una barrera”, dice.

Aunque reconoce que quizá en su Bosnia natal hubiera tenido más problemas para llega hasta donde ha llegado aquí. “La sociedad española es cada vez más plural en este aspecto, aunque no dejamos de tener prejuicios y desconocimiento sobre el Islam”, explica. “Puede que haya tenido algún problema, pero no por mi indumentaria, sino por ser musulmana en el contexto de los medios de comunicación, un gremio en el que en España todavía no es muy común y resulta un tanto exótico”, apunta.

Sin embargo deja claro que esas posibles barreras en otros países islámicos “no tendrían que ver con una determinada religión, si no con la interpretación que en cada país se hace de ella”, dos cosas muy distintas, remarca. Esma es consciente de que  ser mujer es suficiente para que determinadas puertas se cierren en muchos países islámicos, pero asegura que esta opción religiosa no es machista, sino que se ve condicionada por cada contexto. “El Islam se profesa desde Asia hasta África de una forma muy diferente, con un contexto cultural específico y cada cultura interpreta la religión a su manera. El Islam es una fe que tiene cinco elementos comunes a todos los que la profesan. Cómo la interpretan los musulmanes es la pregunta que hay que hacerse y lo que en ocasiones hace daño a la imagen que proyecta y a muchos musulmanes que la profesamos”, relata la joven periodista.

“Más que por ser mujer, he tenido problemas para explicar elementos del Islam que yo misma no sé cómo enfrentar” “Más que por ser mujer musulmana, he tenido problemas en mi carrera a la hora de defender elementos del Islam que yo misma no sé cómo enfrentar”, reconoce. Y el ejemplo que primero se le viene a la cabeza es la cantidad de interrogantes que los atentados del 11 de septiembre de 2001 generaron. “Yo empecé a estudiar Periodismo justo cuando cayeron las Torres Gemelas en Nueva York. De la noche a la mañana me convertí en la persona que tenía que responder todas las dudas acerca del Islam, la violencia y el terrorismo; sin ser yo más que otra estudiante en una clase”, recuerda.

Como mujer y musulmana, Esma tiene su propia visión de lo que la Primavera Árabe ha supuesto para la conquista de las libertades de las mujeres. “Fue un florecimiento que nació de manos de los activistas, de gran parte de la sociedad que demandaba democracia en sus países y donde la mujer ha desempeñado un papel importante. Las mujeres salieron a las calles de Egipto o de Túnez para promover el cambio y pluralidad en los gobiernos, algo indispensable para ellas. Pero hoy están siendo violadas, apresadas y ven retroceder sus derechos, incluso más que en los regímenes anteriores”, critica.

“La mujer es siempre una doble víctima en los conflictos armados”

Además, explica, “la mayoría de las revoluciones que surgieron han derivado en conflictos armados, donde la mujer es siempre una doble víctima”. Ella sabe de sobra lo que supone ser mujer en medio de una guerra. “Recuerdo que cuando estábamos saliendo de Bosnia, mi hermana tenía 21 años, una edad muy peligrosa en una situación donde la violación se usa como arma de guerra. Mi padre murió en la guerra de los Balcanes y tanto mi madre como nosotras estábamos totalmente desamparadas, con una desprotección absoluta”, relata.

Las violaciones y el aumento del acoso sexual a las mujeres durante la Primavera Árabe fue portada en todos medios de comunicación el pasado año, proyectando sobre la sociedad islámica una imagen machista y atrasada. “Entenderlo así sería una injusticia”, afirma Esma, quien añade que las violaciones van siempre en aumento en países en conflicto. “En Iraq aumentaron las violaciones no precisamente por parte de los musulmanes, sino por agentes internacionales. En Srebrenica [Bosnia] se sucedieron muchas por parte del batallón holandés… Creo que hay que tratar con justicia estos conceptos. En Egipto se han cometido infracciones flagrantes contra la mujer por parte de musulmanes, pero a lo largo de la historia las mujeres siempre han sufrido esto. Creo que se confunden conceptos a ese respecto”, concluye.

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Maricela Daniel es Directora de ACNUR en España. Desde 1990 ha trabajado con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y ha participado en misiones especiales con el Centro de Derechos Humanos de la ONU, el Alto Comisionado de los Derechos Humanos y el ACNUR en Hong Kong, Bosnia Herzegovina, Croacia, Ruanda, Etiopía y Peshawar e Islamabad en Pakistán, así como el de la sede del ACNUR en Ginebra. Entre sus destacados trabajos, se incluye la colaboración en la elaboración del Estudio de la ONU sobre el impacto de los conflictos armados sobre los niños, dirigido por Graça Machel en 1996, entre otros.

Con motivo del lanzamiento del informe “La situación de los Refugiados en el Mundo” en diciembre de 2012, hemos tenido el placer de hablar unos minutos con Maricela y que nos cuente un poco más acerca de la organización, de los proyectos que están llevando a cabo y de la situación actual de los refugiados en Siria y en el Norte de África, entre otros.

En la actualidad, ¿cuáles considera que son los focos principales de ACNUR?

Los estamos oyendo todo el día. Tenemos por un lado a Malí, Siria. Lo que no escuchamos muy seguido es Sudán del Sur y la República Democrática del Congo (RDC). Todos ellos los consideraría focos vivos. Sin embargo, no diría que Sudán del Sur es un foco mediático, pero está allí, es lo que nosotros llamaríamos una emergencia que requiere un cambio de acción.

¿Cómo se vive la situación de los refugiados sirios?

Es imposible describir cómo se vive esta situación. Muchas crisis humanitarias llevan, en ocasiones, a la gente a portar armas alargando, de esta forma, el conflicto. Y, en este sentido, cabe destacar la presencia de los refugiados. Muchas veces no traen ropa, los niños vienen traumatizados, las mujeres también (aunque no lo dicen), pues pueden haber sufrido violencia de género. Los hombres, por su parte, también vienen extremadamente dañados, afectados, traumatizados por el desplazamiento múltiple y la impotencia de no poder proteger a sus familias. Esta es una de las cosas que más frecuentemente se ve. En numerosas ocasiones, no presentan un trauma colectivo (al menos, no se da al principio), porque su prioridad es la supervivencia y, por lo tanto, lo importante es llegar y cruzar la frontera. De este modo, hay diversos factores que entrarían en este contexto en juego: por un lado, la emergencia y, por otro, la falta de recursos.

¿Cuál es el futuro del norte de África?

Estamos valorando, por un lado, el impacto a largo plazo y, por otro, la situación en el norte de Malí, donde hay que destacar inevitablemente la falta de seguridad en la zona. En dicho marco, es importante mencionar Argelia o Libia, así como otros muchos países en los que vamos a tener que fijar unos objetivos. Entre ellos, se encuentra como prioridad la seguridad: es importante saber cómo va a impactar sobre los demás y qué posibilidades vamos a tener de llegar a los beneficiarios. Todas las actividades que se lleven a cabo dependen de lo que estemos haciendo allí. En Tindouf, por ejemplo, se está llevando a cabo un programa para el amparo de saharauis mientas que en Libia estamos intentando reconstruir el asilo. Por estos países cruzan muchos inmigrantes, algunos refugiados que van buscando salidas. En Libia, por ejemplo, todavía hay desplazados internos a los que siguen deteniendo, a pesar de las conversaciones que estamos manteniendo con las autoridades. Muchas personas no han podido regresar a sus hogares y sus casas están ocupadas. Los opositores, por su parte, también son desplazados y tienen derecho a una vida digna, a una protección y al acceso a sus propiedades. En otras partes, como Túnez– donde la situación es demasiado volátil- estamos buscando un lugar para construir alojamiento. Este es otro foco de inmigración al que debemos prestar atención y en el cual estamos trabajando. Cómo se desarrolla esta situación va a depender mucho de cómo se desarrolla la vida política y la estabilización de estas zonas. Igualmente, en Egipto hay muchos solicitantes de asilo y todos los provenientes son o de Eritrea o de Etiopía. En este sentido, ¿cómo hacemos para identificarles y protegerles? Allí, ACNUR presenta el estatuto del refugiado, pero lo importante es asegurar su protección mediante la puesta en marcha de soluciones duraderas y es aquí donde queremos llegar: ante una situación de inestabilidad política, todo este trabajo se complica mucho más.

¿Cómo afecta la intervención en Malí al trabajo de ACNUR?

Ya teníamos una presencia allí, antes de la intervención, pero no tan grande como en otros lugares. Nuestro programa era para refugiados retornados y era un programa muy pequeño, pero cuando empezó el desplazamiento aumentamos nuestro personal – tanto en Malí como en los países que acogen a los refugiados de Malí: Níger, Burkina Faso y Mauritania. La complejidad de allí no lo ha hecho fácil pues hay ciertas zonas lindantes que fueron de difícil acceso. No obstante, estamos viendo qué posibilidades hay, pues muchos desplazados quieren volver y recuperar sus propiedades, su tierra, sus raíces, aunque no es tarea fácil. Y, es que, hay muchos problemas estructurales, como por ejemplo, falta de autobuses para que la gente se pueda trasladar. Tampoco hay seguridad ni protección en ciertas rutas, donde se han detectado y encontrado minas antipersona, por lo que hay que extremar la precaución.

Y ¿qué es protección en este contexto? Sabemos que hay niños, que están separados de sus familias. ¿Cómo los identificamos y tratamos de reunificarlos? ¿Cómo pueden ganar ingresos para mantener a sus familias? Esto es una problemática que tenemos que resolver. Aquí la financiación entra en juego, pues desde 2009 nuestro rendimiento se ha visto mermado y no sólo el nuestro, sino también el de OCHA en el ámbito intraorganizacional, que ha hecho un llamamiento para inyectar fondos y la respuesta ha sido muy pobre. Sólo nos han dado el 40% de la financiación, por lo que en este momento no contamos con suficientes fondos para empezar con este programa.

¿Cómo se coordinan las distintas agencias, ONG e instituciones?

Dentro de la reforma de Naciones Unidas, en 2005 se inició y se puso en la mesa un acuerdo de ser más efectivos en las respuestas a conflictos y se hizo un programa donde trabajaríamos en grupos sectoriales. Trabajaríamos bajo el paraguas OCHA. Desde ese momento, todos acordamos hacer el “Common Appeal”, el llamamiento conjunto para desplazados internos para Malí. De este modo, OCHA, de forma conjunta con otras agencias, formula el llamamiento de financiación y cada organización, dependiendo de su grupo sectorial, contribuye y formula su parte. No obstante, en cuanto a refugiados en Níger, Burkina Faso y Mauritania, ACNUR hace sus llamamientos propios, porque aún no cabe bajo el paraguas de OCHA.

¿Qué medidas toma ACNUR para enfrentarse a sus retos?

Es una priorización constante. Por ejemplo, la situación en Malí empieza a crecer y comienzan las redadas a Níger, Burkina Faso y Mauritania y, en el caso de Siria, a Jordania e Irak. En estos casos, no podemos esperar a que llegue la financiación. ACNUR adelanta una parte y pone sus recursos sobre la mesa. Es un proceso más o menos simultáneo de programación y de logística.

Vemos cuántas personas necesitamos así como cuáles son las necesidades reales de esas personas. Nuestra prioridad es salvar vidas y, ¿qué significa salvar vidas? Es ofrecer agua, comida y techo. Y en ocasiones nos preguntan, qué ocurre con la educación. En este punto, es cuando consideramos que trabajar siempre en partenariado es importante, así como la coordinación con otras agencias. Juntos podemos llegar a hacer mucho más y llegar a más cosas, que de otra manera estarían sin cubrirse. Por ejemplo, es importante destacar el caso de Níger donde recibimos mucho apoyo de otras agencias que ya estaban trabajando allí por el problema alimentario en el Sahel. En concreto, estaban trabajando la “resiliencia” y habían invertido bastante en agua y recursos.

¿Qué ocurre con los territorios “olvidados” como Afganistán, Irak y Somalia? ¿Nos podrías hablar de la figura del “desplazado interno” en vuestra organización?

Para nosotros no están tan olvidados. Afganistán o Pakistán son países muy importantes. En primer lugar, porque ha habido una crisis de muy larga duración, con un deseo de la comunidad internacional de cubrir las necesidades de las personas de dichos países. Por ello, nuestra presencia en Pakistán es bastante amplia, porque todavía hay 1.7 millones de refugiados afganos y en Irán 800.000.

En Afganistán, hay que tener muy en cuenta el proceso de retorno, de reintegración, que se ha visto muy afectado por la inestabilidad. Todavía hay programas importantes tanto en Afganistán, como en Pakistán e Irak donde se buscan soluciones duraderas. En Irak están preocupados sobre todo por los desplazados internos.

Con la crisis en Siria, se suman los refugiados sirios. No sólo los refugiados que hay en Irak que son 70.000, sino también los refugiados sirios y los refugiados de Irak que estaban en Siria y que dado el conflicto han visto que tenían que regresar. Todo esto hace que vuelvan a salir más programas y con ACNUR tenemos una presencia importante. Yo llamaría a esto crisis que se van olvidando.

Es cierto que se le presta mayor atención a ciertos focos, que suelen ser más mediáticos y el ACNUR pide muchas veces que las donaciones de las que vive no se hagan a lugares específicos o a crisis particulares porque sino nos limita en ciertas operaciones y nos obliga a descuidar otras muchas. De este modo, pedimos que las donaciones formen parte de lo que nosotros llamamos “the Big Pot”.

Normalmente dentro del paraguas de OCHA, nuestro trabajo se centra en desplazados internos afectados por un conflicto. Es decir, gente que se ha desplazado como resultado directo del conflicto. Dentro de ese marco, tenemos tres clusters, es decir, tres áreas en las que fundamentalmente trabajamos: de protección, de gestión de campamento y de alojamiento.

También tratamos de trabajar con las autoridades del país donde están los desplazados internos, para elevar el perfil y su importancia. En Georgia, por ejemplo, o en Colombia, hay una figura de desplazado interno que se rige por una legislación y estos desplazados internos son registrados y son identificados como tales. Eventualmente, tienen una mayor probabilidad de decir “yo perdí mi propiedad y estoy registrado como desplazado; por lo menos, hay un documento que explique que este señor, o señora fue desplazada.

Con eso queremos trabajar en Somalia (y ya lo hemos logrado en Uganda). La ventaja de África es la convención adoptada por la Unión Africana que ha hablado sobre el convenio de desplazados internos. Estamos trabajando con ellos para ver qué características tiene que tener una ley sobre desplazados internos y esperamos realizarlo en Somalia para darle un poco más de figura jurídica, a pesar de que ya la tiene basada en Derechos Humanos y en el Derecho Internacional, pero elevar esta categoría de desplazado interno un poco más. Esperamos aumentar el nivel de protección de los desplazados internos, aunque muchas veces son las autoridades mismas las que causan ese desplazamiento. Se encuentra de todo: en Georgia, los desplazados están bien vistos por las autoridades, y aunque los han manipulado los tratan bien. En otros lugares, como por ejemplo en Siria, muchas de las personas desplazadas están en contra de las autoridades.

¿Cómo se trabaja con poblaciones que pueden estar en conflicto fuera de los campamentos?

Hay muchas dimensiones a la pregunta. El caso de los tutsis y los hutus en Ruanda fue muy serio, pues la minoría (en este caso los tutsis) requería una protección muy especial. Pero, en otros casos de conflicto étnico u otro tipo de conflicto no es imposible gestionarlo.

En ACNUR tenemos lo que llamamos el enfoque por edad, género y diversidad. Justamente, en la planificación de los campamentos se habla con la población para conocer su “situación ideal”, donde explican cómo les gustaría estar agrupados. Cuando el tema es muy delicado, se procura realizar una separación o incluso que los campamentos sean distantes, pero también se fomenta el intercambio cultural porque creemos que a través del contacto mejora la situación y la comunicación. Muchas veces los problemas residen en la comunicación, que está en ocasiones controlada por lo político y se van creando las diferencias. Es una situación compleja pero, en general, se consulta a la población.

El campo de Cacuma, por ejemplo, tenía a los Somalíes y a los refugiados del Congo separados por secciones y esto no era por animosidades, sino porque ellos se sentían más a gusto dentro de su comunidad compartiendo sus valores.

¿Cree que el Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas será útil?

Definitivamente. Todo tratado tarda en ponerse en práctica y es “soft law”; es una legislación que hasta que se ratifique etc., se tarda bastante. Los tratados pocas veces funcionan de forma inmediata. También creo que los beligerantes tienen medios para obtener las armas y siempre hay gente con pocos escrúpulos que busca una manera rápida de ganar dinero. Las vías nebulosas siempre existen para esto. Creo que la venta de armas no está del todo registrada.

Vamos a desearle el mejor éxito a este tipo de intenciones. Es mejor tenerlo porque crea una cultura, una educación.

Antes de dar por concluida esta entrevista y teniendo en cuenta la difícil situación que la cooperación internacional está atravesando en España, ¿cuáles serían tus aportaciones o sugerencias en dicha materia?

Aunque estemos pasando por momentos difíciles, es importante que sigamos apostando por la acción humanitaria. Creo que debe seguir una relación estratégica. Las autoridades españolas tienen que seguir con el desarrollo, para poder continuar cuando estén en mejor posición. Nos dicen que existe la voluntad política y dicen que las limitaciones vienen de los recursos económicos.

Por ello desde ACNUR valoramos enormemente la labor que muchas organizaciones, ONG, etc. realizan en cuanto a difusión de la información. Y es aquí donde el trabajo de vuestro Instituto es imprescindible y vital, porque mantiene la información viva en España.

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