A pesar de todo

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Las crónicas que cada mañana nos remite el enviado especial de RNE en Palestina, Fran Sevilla, nos trasmiten reiteradamente la imagen de un paisaje espeluznante, donde el hombre ha sido reducido a uno de sus estadios más inferiores. Y no nos referimos a las víctimas. “La humanidad ha acabado en Yenín,” espetaba un preocupado filósofo estos días. Pero la humanidad no solo está acabando en Yenin. La locura colectiva, unida a la voraz represalia de la naturaleza también sigue actuando en Afganistán. Y la avidez de poder

y odio del hombre sigue campando en Zimbabwe o en Venezuela.¿Queda un palmo de terreno para la esperanza?. Eso es lo que una mente joven se pregunta, no sabiendo si hallará respuesta.

Y aún sin saber que ocurrirá en un futuro no extremadamente lejano, seguimos asidos a la esperanza de un mundo que tome conciencia de sus miserias, y sea capaz de renovar sus valores, siempre bajo la marca de la humanidad, no de la individualidad. No podemos admitir una paz sin respeto. No podemos admitir, ni dar carta de naturaleza a una paz soportada en el miedo, en el rencor, en la humillación del contrario. Somos jóvenes, y no entendemos, ni queremos, las viejas rencillas y los caducos impulsos vitales de quienes nos han conducido hasta aquí. No queremos promesas que olviden a cada persona, a cada derecho, a cada ilusión particular. Es cierto que nos legan avances y logros, aunque ocultos en toneladas de escombros, como también lo es que seguiremos creyendo en la vida, en la nuestra, en la de todos, en la de cada uno. A pesar de todo.

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